martes, agosto 01, 2006

Polígono 2006

Llegó el momento, llegó la hora, no ha pasado tanto tiempo, pero a mí se me ha hecho eterno, pero hoy es el día, hoy vuelvo a escribir. No ha sido ni el pacto consensuado de las agujas del reloj, ni mi pretensión organizativa, ha sido el impulso, han sido los sentimientos, el corazón, la necesidad de trasladar lo que vivo a este lienzo compuesto por palabras, pintar mi presente, para que simplemente quede constancia en el futuro de lo que fue mi pasado.

No quería escribir un blog personal, ni un blog de opinión, quería simplemente escribir un blog literario, debido a este filtro temático he eliminado muchos de mis deseos de plasmar con palabras pensamientos propios, no me arrepiento, pero esta vez, tampoco me arrepiento de hacer lo que pretendo y deseo hacer, plasmar una de mis experiencias, más allá de lo literario, hago simplemente lo que me apetece. Lo hago porque lo necesito, porque para mí escribir no es una rutina, no es un oficio, no es un medio, es una terapia, una necesidad, un fin necesario para lograr convencerme a mí mismo de que existo, que soy algo más que materia dispuesta a respirar, alimentarme, reproducir y por desgracia consumir.

Pero quiero ir al grano, no tengo porque justificarme más, escribo porque lo amo, porque lo necesito, y ya está, ahora os quiero contar una historia, no quiero nombrar a nadie, pero esta historia y todo lo que se ha hecho para que ella salga adelante; todo lo necesario para que pueda hoy sentirme como me siento, se debe a la inestimable ayuda y apoyo que dos personas han demostrado hacía mí, para él y para ella van dedicadas cada una de estas palabras, reconocimiento que hago extensivo a los protagonistas de esta historia, sin ellos, nada hubiera existido.

Llevo casi quince días allí, pero mejor contar todo desde el principio, tal y como empezó.

Este verano se planteaba extraño, sin trabajo, sin expectativas de vacaciones, con mucho que hacer pero mucho más que organizar, todo en realidad se me hacía extraño, todo era imprevisible.

Así llegué al Polígono Guadalquivir, así y gracias a la mano de un amigo que me abrió las puertas de aquél universo desconocido. Me ofreció participar en un voluntariado organizado por la gente de “Los Salesianos” en Córdoba, yo acepté la oferta, acobardado he de reconocerlo, no sabía que me iba a encontrar en el polígono, sabía que iba a participar en algo parecido a un colegio de verano, pero no conocía ni al resto de responsables, ni a los niños, ni las instalaciones y sobre todo, no sabía lo que yo podría aportar en aquél lugar, siempre pensé y aún lo hago que quién más aprende soy y yo, poco tenía que aportar yo allí, eso era lo que pensaba.

Así fue, con ese pensamiento me incorporé al voluntariado. Los niños, son todos del Polígono Guadalquivir, una barrio muy humilde del sur de Córdoba, un barrio enorme, donde se mezclan muchas situaciones de precariedad, es una barriada de actuación preferente.

En el Colegio de Verano hay apuntados casi 80 niños más o menos, todas las tardes desde las 6 hasta las 9 de la noche aproximadamente acuden a la Parroquia Pauliana del Polígono, que es la “sede” del colegio de verano.

El fin del Colegio de verano es evadir a los niños e todo lo que les rodea, sacarlos de la peor de las rutinas, la desidia, el fin no es otro que el que tengan algo que hacer por las tardes, ese “algo” puede ser aprender en talleres cualquier manualidad, motivar su actitud hacia la música, infundirles ciertos valores de respeto y disciplina y sobre todo que se conozcan todos los niños del Polígono, en muchos casos también se mantiene una relación muy estrecha con los padres de los niños.

En el Polígono hay de todo, pero ese todo, es un todo compuesto por personas, por seres humanos, eso nunca se nos puede olvidar. Allí no existen las calles, la gente vive en “manzanas”, “yo soy de la manzana 14, este es de la 17”; así es como se identifican los niños, es un barrio enorme, al otro lado de la ciudad, nunca mejor dicho, la intención cuando se construyó es que estuviese como se ha dicho, al otro lado, como si no existiese, como si fuese un submundo sin importancia, soterrado, debajo de la verdadera ciudad, pero el Polígono existe y sus gentes también.

Usamos mucho los términos “Norte” y “Sur” para referirnos a las desigualdades existentes en el mundo rico y el mundo pobre, hablamos de eso de “mundos”, la gente, los ciudadanos acomodados atisban la pobreza sentados en sus casas con la mirada fijada en aquellas imágenes que el televisor proyecta, esas imágenes que nos muestran la injusticia de un mundo que al televidente se le hace lejano, un mundo que para él existe casi siempre solo en esa imagen televisiva y pocas veces en su conciencia o en su corazón, lugares idóneos para percibir imágenes, lugares que estoy seguro son más sensibles a tanta injusticia. Esto que es así, no puede hacernos olvidar, que el “Norte” como identificación de lugar rico y austero también existe en nuestras ciudades, desgraciadamente igual que existe el “Sur” pobre, precario y marginado. En Córdoba existe ese “Norte” y ese “Sur” más allá incluso de las propias identificaciones geográficas que podríamos hacer con ambos términos aplicados a la distribución de la renta en Córdoba, el “Sur” existe, porque existe gente en Córdoba en condiciones de vida muy limitada y muchas de ellas viven en el Polígono del Guadalquivir, un lugar muy necesitado que no vemos por la televisión, a lo mejor porque es demasiado cercano, a lo mejor porque mucha gente sabe que existe y se autociegan, dilapidan sus conciencias y prefieren seguir pensando que la pobreza y la precariedad son imágenes de televisión y no realidades cotidianas de sus ciudades.

Cuando un niño te mira a los ojos, sabes que el no tiene la culpa de su futuro, el no ha elegido ni a sus padres ni a su barrio, no ha elegido nada ni nadie, el es él por que le ha tocado. El niño hasta que es deja de ser eso, un niño, puede vivir casi en igualdad de condiciones que cualquier otro niño del otro lado de la ciudad, sin embargo, con la llegada de la adolescencia, el ambiente te “machaca” y es lo que hace que todo se vuelva un completo ciclo, es muy difícil romper la dinámica de la miseria, porque simplemente se desconoce otra cosa. Cada uno de estos niños se enfrenta día a día a situaciones muy extremas, viven al día simplemente porque carecen de referentes validos, los defectos educativos que en su casa reciben los trasladan al colegio, y allí muchas veces el siguiente encargado de la cadena educativa no pone o bien porque no está motivado o bien porque se le hace imposible; toda la vocación y empeño necesario para tan magna empresa. El problema fundamental creo que es la ya mencionada escasez de referentes validos, los niños desconocen las ventajas de estudiar porque no han visto a nadie que en su ambiente haya conseguido algo estudiando, al otro lado de la ciudad, no estudiar conlleva el apelativo casi instantáneo al sujeto que se aleja de los libros de “fracasado”, para el mismo hecho, para un hecho tan importante como el de la educación, como se ve, las ópticas son totalmente distintas, esta es la raíz del problema, la “dinámica de la miseria” machaca el ámbito educativo del niño, el ambiente es el que condena el desarrollo intelectual y personal del niño, la educación es un proceso a través del cual cada persona puede llegar a dirigir con sentido su propia vida. Es un camino en el que somos aprendices permanentes de acuerdo con nuestra propia experiencia, experiencia que es muy difícil que sea positiva en estos ambientes de miseria. Hay que educar para adquirir soberanía personal, para no estar al dictado de nadie y para que tengamos nuestras propias respuestas sobre las cuestiones esenciales.

Sin embargo, la que he bautizado como “dinámica de la miseria” se puede romper, al menos eso pienso yo, pues en el Polígono algo ha cambiado. El Colegio de Verano va ya por su duodécima edición, y tras compartir diálogos con compañeros veteranos que llevan doce veranos de sus vidas dedicados al polígono más muchas otras actividades que se desarrollan con los mismos niños en otras épocas del año, me han comentado que las cosas han cambiado muchísimo, desde sufrir alguna que otra “zurra” a salir a pedradas de allí, se ha pasado al respeto y cariño que el barrio tiene hacia los monitores, a la actitud colaboradora de los niños y a una disciplina propia de cualquier otro niño. La dinámica de la miseria parece que al menos está siendo frenada, gracias a la maravillosa iniciativa de esta gente, a su colaboración desinteresada, a su amor por los demás, a sus conciencias, a sus corazones.

Ha sido un mes maravilloso, he aprendido más en este último mes que en mucho tiempo de Universidad, Universidad que cada vez es más lejana a la realidad, cada vez es más superficial, más vulgar, menos humana, si allí nos enseñan el saber, algo falla por que no he aprendido mucho de su saber, en la universidad puede existir conocimiento pero es muy difícil encontrar allí sabiduría, sin embargo en el Polígono he encontrado lecciones imborrables de sabiduría, ya que el Norte puede poseer más riquezas, albergar mayores conocimientos, pero el Sur siempre será más sabio, más digno y más humano.

lunes, julio 10, 2006

No quiero tener ojos de ciego




Me paro y miro. Sigo andando, me paro y miro, dos pasos más, sigo andando, tres paso más, me paro y miro. Después corro, corro mucho más, me paro y miro, observo, el tiempo que haga falta, mis ojos están vivos y yo no quiero estar ciego.

Os voy a explicar como uno sabe que no está ciego.

Os pido atención, pues os voy a hablar desde el más absoluto rigor científico.

A ver….Uno solo puede saber que mira, para empezar es necesario decir esto, porque es muy difícil que alguien se de cuenta de lo contrario, esto es, es difícil que alguien se de cuenta de que está ciego por que sino intentaría cambiar la situación, aunque hay gente, que se ha dado cuenta de que está ciega pero ha decido agachar la cabeza y “tirar para adelante”, desgraciadamente tenemos hoy en día, muchos ciegos voluntarios. Vamos a explicar como es el procedimiento de la mirada, y así cada uno podrá darse cuenta de si esta ciego o no lo está.

En cada mirada, intervienen sólo dos invitados, no existe un orden de prelación entre ambos sujetos, ambos actúan a la par, aunque es bien cierto que muchas veces tras discusiones, la opinión de uno vence a la del otro, lo más complicado, cierto es amigos míos, es encontrar consenso entre los dos invitados a la mirada, aunque esa disconformidad, es maravillosa también carece de traumatismos.

Estos dos invitados son el corazón y el cerebro, ya he dicho que no existe orden jerárquico ni temporal, pero claro a uno había que escribirlo antes, yo he puesto corazón, bueno por algo será también, habrá imperado esta vez su opinión. El cerebro es el elemento racional-ordenador de la mirada, el corazón es el elemento pasional-impulsor de la acción de mirar.

Así uno va andando, camina tres pasos, dos o cinco mil pero cuando ve algo distinto se para, ya no es él, ahora a él lo dominan el cerebro y el corazón, se para y mira las hojas del arbusto seco movidas por el aíre, una lucha por mantenerse en pié, movimientos agónicos del que sabe que va a acabar cayéndose, uno otras veces, va paseando y simplemente mira lo que rodea al camino. Ni el cerebro ni el corazón están afectados por el tiempo cuando se entregan a la causa de la mirada, cada observación merece el tiempo necesario. Hay que pararse y mirar, mirar mucho, dejar que el corazón o el cerebro, los dos o uno sólo con la complicidad no consensuada del otro nos guíen para seguir mirando, esa es la única forma de no estar ciego, o mejor dicho, saber que uno sabe mirar.

Sales por la calle, paseas, lo que he dicho antes, das dos pasos, te paras y miras, das tres, cuatro los que sean, te paras y miras. Pero es muy difícil ver gente que mire en la calle. Las calles me recuerdan a un Scalextric o algo así, cada uno va en su rail, sin poder salirse, el cuello ha perdido absolutamente su función articuladora que proporciona movilidad a la cabeza, puede hacer que se gire la cabeza, pero sin embargo la gente no se gira a mirar nada, las cabezas bien erguidas, paso rápido, cara de mala hostia de cojones, y visión (que no mirada) clavada en el destino, que suele estar al frente, ya que como he dicho el cuello se ha convertido para ellos en una articulación fosilizada. Una especie de paredes laterales invisibles, que se ponen a la altura de la cavidad ocular a el lado que limita con el fin de la cara, como lo que les ponen a los caballos, estas especies de paredes laterales invisibles cumplen la función de impedir que el sujeto busque algo más que el objetivo-visión que hay al frente. Es por esto que hay mucha gente que tropieza, porque simplemente no mira, y sin mirar no se ve lo que se tiene alrededor, si miras a un punto perdido en el frente del horizonte, te estás perdiendo todo el infinito menos ese punto que te rodea. Las cosas importantes no se ven, las cosas importantes son las que se miran, ya sabéis, cerebro y corazón o corazón y cerebro. Lo importante siempre es lo que no se ve, ¿existe una materialización física que se pueda ver de la felicidad, de la bondad, del amor?, no, no existe, no tiene materia, sin embargo uno puede mirar a todas esas cosas con el corazón, no con los ojos(con el cerebro también).

A todo esto, ¿Y los ojos? ¿Cuál es su papel?, pues ninguno, ya lo he dicho antes, hay mucha gente con ojos para ver pero ciegas para mirar, otros ven todo lo que quieren con su ojo del corazón y con su ojo cerebral, sin duda yo me quedo con el segundo par de “ojos”.

Con estas palabras os he estado mirando. Jejejej.

martes, julio 04, 2006

Esta noche amanece, son las 1h:30 minutos



Acaba de amanecer esta noche. El sol está empezando a iluminarme la cara.

Tengo dos sentimientos uno maravilloso, el de siempre, por eso estoy aquí tecleando de nuevo, no es otro que el de escribir, el otro sentimiento es repulsivo y nauseabundo. Esperad un momento por favor.

Son las 1:33 minutos de la madrugada, es un lunes, 3 de julio del 2006. Voy al cuarto de baño, ahora vuelvo, no aguanto más.

(¡Guuuuuuuuuuuuaaaaj! ¡Guuaaaaaaaaaaaj!, ufffff, voy a limpiarme un poco las manos y la boca, porque menuda marranada acabo de soltar).

Ya está. Acabo de vomitar, no podía aguantar más esa pesada indigestión de apuntes, de manuales y de conocimientos, todos ellos han sido parte de una copiosa ingesta de última hora, absurda, inoportuna (al menos, claro está si sigues pensando que a la universidad uno va a aprender) que la mayoría de las veces es provocada por la incompetencia de muchos de nuestros “queridos” docentes universitarios. Bueno ya está, no dedico ni una más de mis palabras a esto, pues como ya he dicho, voy a disfrutar del hermoso paisaje, del horizonte que esta puesta de sol me está entregando. Me encanta ver amanecer a las 1h:41 minutos de la madrugada.

Que maravillosa es la noche, cuando todos los necios descansan, cuando sus cerebros no paran de dar vueltas, de maquinar, de confabular, de conspirar, que maravilloso es que el mundo no les haya otorgado a ellos la virtud de ver amanecer a las 1h:46 minutos de la madrugada.

La noche es perfecta, me deja vivir, me deja leer, me deja escribir, me deja compartir con los demás, me deja….

He llegado a mi casa cansado, con un ligero dolor de cabeza, pero bastante motivado pues sabía que iba a volver a escribir. Venía caminado. Es un placer pasear por la noche, toda la calle es tuya, los sonidos más nimios e insignificantes son tuyos también, por la mañana nadie nos deja escucharlos, ahora recuerdo como esta noche, de camino a mi casa he visto a una señora leyendo un libro en la terraza de su casa, el libro era: “La vida es sueño” de Calderón, la señora lo tiene claro, es de las nuestras, esta señora estaba viendo amanecer al igual que yo.

Estoy viendo amanecer son las 1h:52 minutos. Pienso que no tiene nada que ver que esta noche en la que estoy viendo amanecer coincida con la finalización “voluntaria” de mis exámenes, hombre, a lo mejor y por ser justos debería de ser sinceros con vosotros y decidiros que seguro que algo tiene que ver, pero lo cierto es que he visto amanecer muchas noches en estos exámenes, no ha sido sólo la de hoy, el sol ha estado delante de mi presencia varias noches, por no decir casi todas, me ha iluminado, me ha guiado, me ha hecho suyo, pero también me ha hecho libre, y me ha encantado.

Son las 1h:56 minutos puedo seguir viendo el amanecer durante horas, pero pienso que por hoy ya basta, no quiero seguir abusando de mi capacidad de controlar el tiempo, si los necios supieran que soy capaz de hacerlo… Seguro que vendrían a por mí e intentarían agobiarme con algunas de sus maquinaciones. Sí, puedo ver amanecer la mayoría de las veces que me lo propongo, basta con creer en el con firmeza, con valentía, con actitud vehemente incluso, basta con que yo haga de lo que me rodea un amanecer, una actitud al fin y al cabo.

Son las 2h:00 minutos y pienso que voy a dejar de ver ya el amanecer.

lunes, junio 05, 2006

El poder o la magia de las palabras


Era yo un niño, más o menos como ahora, pero con 6 o 7 años de edad. Cómo siempre salí corriendo del colegio, ¿para qué esperar más en aquél sitio lejano a la imaginación?, ese día no iba a ir a ver los trenes, pero aún así corría, me alejaba del colegio, de mis amigos, de la gente, de todo, pero no huía de nadie, simplemente quería buscar algo que aún no se si he encontrado, no sé, una persona muy especial me ha hecho ver esta mañana algo fantástico, venía a decir más o menos que vivimos como soñamos: solos.

Las calles estaban saturadas de coches, de señales de tráfico, de semáforos en color verde y en color ámbar y las caras de los conductores estaban todas al rojo vivo, no hacía falta que ni el color del semáforo adquiriese tal tonalidad, todos estaban ya en el rojo, "los necios no se ponen morenos, ni siquiera se quedan blancos, los necios tienen todos la tez roja, hay que intentar evitar el rojo pues es un color reservado a los necios (mirarlos y comprobad)".

Crucé la calle sin mirar, era un inconsciente, bueno no, no seré tan cruel, era un ser superior, tenía la inocencia de lo que era, era un niño, los niños son seres superiores, sin duda es la etapa en la que somos más inteligentes, nuestra virtud como niños es la de poseer la inocencia, esa virtud nos aleja de los necios, gracias a la inocencia evitamos multitud de problemas que están solo en el ámbito de juego de los necios, ¡quiero ser un niño otra vez, no quiero perder la inocencia! bueno dejémoslo, desgraciadamente creo que me he lamentado bastante tarde, así que a lo que vamos, cruce la calle sin mirar, no giré la cabeza para ver si algún coche venía por la calzada, me quedaba poco para contarlo, no debía de haber cruzado la calle sin mirar, estaba en medio de la calzada cuando un hombre que se acercaba en bicicleta dijo: "¡Cuidado!, miré a la izquierda rápidamente gracias a aquella palabra que aquél ángel hizo salir de su boca, miré rápido y vi que al coche le faltaba menos de un segundo para envestirme, reaccioné de forma veloz y salté hacia la acera. La palabra de aquél ángel me salvó la vida. Ese día comprendí la importancia que tienen las palabras, si no hubiera gritado "cuidado", si hubiera dicho cualquier otra palabra, no estaría escribiendo esto hoy… no hubiera visto ningún tren venir desde Australia.

Las palabras, el lenguaje, es en mi opinión la esencia de la inteligencia del ser humano, casi todos los conflictos que hoy en día tenemos, sobre todo los conflictos personales son debidos al incorrecto uso de las palabras, un amigo mío y compañero de mil y una batallas: Alejandro, me enseñó un día que el valor de las palabras reside en saberlas aplicar siempre en su justa medida, cada palabra es única y cada palabra merece el homenaje debido, que no es otro que aplicarla en su correcto sentido. Aquél “cuidado”, aquella palabra gritada me salvó la vida.

viernes, junio 02, 2006

Soñando con lágrimas de lluvia.



Aquella mañana el cielo de Córdoba parecía que nunca cesaría en su llanto. Azahara siempre inquieta parecía inmóvil en su pupitre, absorta; reflexionaba sobre aquellas lágrimas que estaban humedeciendo todo lo que ella podía alcanzar a ver más allá de la ventana, más allá de aquella clase, más allá de aquella escuela. Era demasiada tristeza para Azahara, aquel ejército de lágrimas que desfilaba por el horizonte se convertía en anarquía nada más tomar el suelo, fue entonces cuando ella se dio cuenta de que las clases habían ya finalizado.

Evitaba los pucheros que tanta tristeza había provocado y que aún yacían en aquel suelo, en aquel camino que la llevaba a su casa. No podía quitarse de la cabeza la redacción que la profesora le había mandado a ella y a todos sus compañeros: “Mañana quiero que me traigáis hecha una redacción sobre el Museo Arqueológico”. Azahara vivía cerca del Museo, pero sin embargo nunca nadie le habló de él, era un auténtico mundo desconocido para ella, un mundo inexistente y además un mundo que a ella se le antojaba que debía de ser muy aburrido, nunca jamás a partir de hoy volverá a pensar así porque nunca jamás olvidará el día en que soñó con lágrimas de lluvia.

Le comentó a su madre cual era su tarea para esta tarde y la madre de Azahara se comprometió en llevarla después de comer; “luego te llevo al Museo Arqueológico ese Azahara, ahora comete todo el plato Azahara y no te pongas tan pesada”. Azahara era una niña inquieta y una lectora voraz, pasaba las tardes en el laboratorio secreto de Harry Potter o en Carabanchel con Manolito gafotas cuidando de el Ímbecil, sin embargo, hacer la redacción del museo no le apetecía nada, ni siquiera visitarlo, todo le parecía aburrido.

Azahara se retiró de la mesa y subió las escaleras que la llevaban hacia su universo, hacia su dormitorio. Se tendió sobre la cama y le pidio a Teddy que estaba tranquilamente reposando sobre la almohada que por favor le acompañase al museo a ella y a su madre esta tarde. A Teddy no le dio tiempo a contestarle.

Allí estaba ella, sola. Frente a la puerta del Museo Arqueológico, aquella tarde no había nadie en las inmediaciones de la Plaza de Jerónimo Páez y es que el cielo no dejó de llorar en todo ese día.

“El museo permanecerá cerrado por las lágrimas de sus esculturas”, eso fue lo que Azahara leyó en el cártel que colgaba en la puerta. La niña miraba a todos lados y no veía a nadie, retrocedía para marcharse cuando a sus oídos llegó una voz que procedía del otro lado de la puerta, parecía la voz de una mujer y esta le decía: “pasa Azahara, te estábamos esperando”.

No sabía si hacerlo o no, no sabía cuál era la mejor opción, no sabía si tenía más miedo que curiosidad, pero cruzó la puerta.

No se lo podía creer, un escalofrío le invadió el cuerpo y por el momento la poseyó, pudo deshacerse de él, era un niña valiente, se recuperó, allí no lloraba nadie, el cielo parecía no existir dentro del museo, alguien se acercó a ella, era una mujer joven, su tez era totalmente blanca, le concedió el calor de su mano para guiar a Azahara hacia una sala del museo, la niña le prestó la suya…

No pude terminar el relato. No pude hacerlo, me faltó empeño.

Este relato sin concluir no tiene aún final y no creo que lo tenga nunca, pero a él le debo muchas cosas, aunque esté sin terminar. Todo empezó hace un par de meses o tres, no recuerdo bien la fecha en concreto, si recuerdo que fui a la Filmoteca a ver una película, allí encontré un díptico sobre un premio de relato corto. El premio lo convocaba el Museo Arqueológico de Córdoba, para concurrir en él sólo había que cumplir dos requisitos, que la historia hablase sobre el Museo Arqueológico y que la extensión no superase los dos folios. Guardé el díptico y me lo metí en el bolsillo. Sabía que algo tenía que escribir, no se el qué, no sé el como, y ni siquiera sabía el cuando.

Pasó el tiempo, como siempre hace ese jodido enemigo de todos menos del que inventó aquella frase que dice: “el tiempo lo cura todo”, aquél que formulo esa frase debería estar bajo los efectos de alguna sustancia psicotrópica. Bajo esos mismos efectos pero sin haber consumido sustancia alguna, me encontraba en mi clase, y como de costumbre también me encontraba en mi castillo (leer “Los trenes vienen de Australia”), de aquí para ya, viajando de un lado a otro y pensando mil cosas, nunca fue mi fuerte prestarle atención al profesor, eso sí, hay como no grandes excepciones que me han hecho abandonar la fortaleza de mi castillo, tal vez por que esas excepciones, porque esos profesores me abrieron las puertas de su castillo.

Fue allí, donde se me pasó por la cabeza esta historia: en la Universidad, pasó la musa, la vi, me miro a los ojos, me guiñó uno y se fue, pude coger lo que pude de ella, y es lo que os he enseñado, lo que me dio tiempo a escribir, la musa tenía un final fantástico pero la misma Universidad que me mostró a la musa me la robó porque me robó el tiempo necesario para aprovecharla (siempre, la misma excusa: “falta de tiempo”).

Que la imaginación te brinde historias y que no puedas plasmarlas me parece un crimen, un crimen a lo fantástico, un crimen a ella o a él, al protagonista, una conspiración contra ti mismo, una auténtica necedad.

No he podido concluir la historia, pero es muy difícil que eso me vuelva a pasar, he comprendido que no puedo asesinar más en mi mente, que no puedo frenar más mi imaginación, y que el tiempo no me puede robar nada que yo no lo quiera entregar a él. Azahara tiene aquí su pequeño homenaje, Gracias.

lunes, mayo 29, 2006

Los trenes vienen de Australia




Allí estaba, inquieto, siempre fui un tormento de niño, aquella entrañable profesora parecía que no iba a acabar nunca de dar la clase, yo no podía aguantar más, creía que no me iba a dar tiempo ese día.

¡Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiinnnnnnnnnnggggggggggg!, sonó lo sirena, aquello era sin duda un salvoconducto necesario para escapar de allí, un imperativo que obligó a la profesora a dar por finalizada la clase. Metí mis libros rápidamente en la mochila, y salí disparado por la puerta, ese día ninguna voz pudo frenarme, como tardase más no me iba a dar tiempo de verlo.

¡Ufffff! Estaba cerca el lugar, pero corría… y después corría más, eran pocos los metros que separaban mi colegio de aquel emplazamiento, pero aquellos metros que separaban el colegio del lugar se hicieron interminables, tal vez por que no sólo separaban aquellos dos sitios, uno de ellos, aquél hacia donde me dirigía, aquél hacia donde corría, no era sólo un sito, un lugar o un emplazamiento aquél universo, en verdad me separaba de todos los lugares, me llevaba a un sitio único, inalcanzable por nadie más que por mi mismo, iba a mi castillo.

Menos mal, pensé, creí llegar a tiempo y así fue. Rápidamente cree el trono necesario para poder reinar en mi castillo, cogí dos piedras grandes, una para los pies y otra para colocarla sobre una roca grande para que hiciera las veces de espaldar de mi trono; ya está, ya podía reinar, mi trono había sido construido.

Siempre he vivido detrás de las vías del tren que pasan por Córdoba, no siempre estuvieron soterradas, era un niño cuando aún pasaban por la superficie. Mi reino estaba allí, justo delante de aquellas vías, salía corriendo todos los días del colegio, para que pudiera estar al menos cinco minutos viendo a ver si por lo menos, ese día podría ver el paso de algún tren. Me sentaba en mi trono y eso es lo que hacía: ver trenes pasar.

Aquél día cuando, desde mi trono vi que aquél tren se acercaba, no sabría decir de donde provenía, había visto llegar trenes desde los lugares más remotos del planeta, mi reino siempre fue muy amplio, vi pasar por delante de mi castillo a trenes que venían de la India, vi pasar una vez un tren lleno de chinos y otra vez vino muy rápido un tren lleno de leones desde África. Pero mi sueño era ver un tren que viniese de Australia, aprendí en el colegio que ese país era el que más lejos estaba de España, sin embargo podía estar todo lo cerca que yo quisiese de mi reino.

El tren se acerca, ¿de donde vendrá?. ¡Ya está aquí! ¡Madre mía! ¡Qué largo es este tren! Tiene que venir desde muy lejos para traer tanta carga pensaba yo, pero no era capaz de intuir de donde provenía, estaba apunto de perderse la locomotora de mi vista y aún quedaban vagones pasando delante mía, me fije detenidamente en el último para ver si podía comprobar algún detalle que me diese alguna pista sobre el origen de aquél tren, cuando iba a desistir ya, desanimado por mi torpeza, algo cayó de una de las ventanas de ese último vagón que observaba, pasó rápido y fui corriendo hacía allí, hacía donde cayó aquella cosa que salió del tren. Llegué al lugar, era un papel, una especie de pegatina, tenía un animal dibujado, era un canguro lo conocía de sobra, y pude leer una palabra que allí estaba caligrafiada: “Aus-tra-lia”, leí sílaba por silaba conmovido por la emoción, pero sí, no estaba soñando, estaba en mi reino y en aquella especie de pegatina se podía leer: “AUSTRALIA”, ¡por fin!, ¡Qué emoción!, acababa de ver desde mi trono un tren australiano, por eso, por eso era tan largo porque tenía que traer muchas cosas desde tan lejos.

Mi reino era maravilloso, infranqueable, inexpugnable, era una fortaleza iderruible, todos tenemos un reino así, un trono en el que sentarnos y ver los paisajes más maravillosos, vivir las aventuras más emocionantes, derrotar al peor enemigo, rescatar a la princesa de tus sueños de las fauces de aquél terrible dragón, sí, todos tenemos ese reino, es nuestra imaginación, tu eres el único que la gobierna. Nadie me ha podido aún derrotar, yo pienso que aquél tren que pasó por delante de mi trono y que dejé que invadiese mi reino venía de Australia. Hoy aún pienso que los trenes vienen de Australia, ¿a que sí?

sábado, mayo 27, 2006

El largo viaje de Eva y Adán

Eva y Adán querían volver al paraíso.

Habían preparado el viaje durante mucho tiempo, mucho dinero ahorrado a base de salarios mínimos y jornadas de trabajo extenuantes, siempre les pudo más la ilusión que el cansancio, siempre les pudo más la ilusión que el dolor, más la ilusión por volver al paraíso que la tristeza de un infierno tan cercano, eran dignos Eva y Adán, eran dignos en un mundo que es indignante.

Tardaron bastante tiempo en conseguir el dinero, llevaban casi cuatro años juntos y desde que se conocieron sabían que tenían que volver al paraíso como fuese, ese era su sueño, porque en ese lugar, en ese sueño querían ver a sus hijos crecer, eran dignos Eva y Adán, eran dignos por soñar en un mundo que no deja de ser una pesadilla.

Allí estaban a punto de partir, fueron despedidos con cariño, toda su familia se congregó para profesar la despedida, era también el sueño de todos ellos, ese sueño también era el futuro de los suyos, tiempo atrás no pudieron partir, ellos sí, Eva y Adán eran héroes en un mundo de villanos.

Nadie esperaba en la puerta de embarque de aquel improvisado puerto, tan improvisado era que no había ni siquiera puerta de embarque, ninguna guapa azafata o azafato les esperaba para requerirle el billete, en ese viaje no había billetes, uno obtenía la plaza pagando mucho dinero, la garantía no existía, solo la ilusión, la ilusión puede ser el billete necesario para viajar a cualquier lugar, para alcanzar cualquier meta, para subir la cumbre más alta y para bajar a lo más profundo, la ilusión y el coraje, esos eran los billetes de Eva y Adán. Allí estaba su improvisado crucero, se subieron como pudieron, con cuidado de no mojarse mucho el cuerpo pues el frío de la gélida noche en la proa de aquella embarcación podría pasarles factura durante su viaje al paraíso. El crucero tenía muchos pasajeros, todos los billetes de ilusión y coraje fueron vendidos para aquel trayecto hacia el paraíso. El capitán no era el tipo más simpático ni el más cordial, la cortesía fue expoliada tiempo atrás de su propio carácter, el tampoco tiene toda la culpa, simplemente aquel tipo era el más desalmado de un mundo que se olvida de su propia alma.

Se hicieron un sitio como pudieron y la embarcación empezó a navegar; estaban emocionados, Eva y Adán se amaban, el mar era testigo, estaba muy orgulloso de tener sobre sí a aquella pareja que hacía camino sobre la mar abrazados, la luna estaba celosa de no poder tocarlos como hacía el mar, pero allí estaba ella también, preciosa, una luna grande y bella que quiso ser la única luz que iluminase aquel camino de estelas en la mar.

El paraíso debe de ser aquel sitio donde uno decide que no puede haber lugar igual o sitio mejor, debe de ser aquella tierra donde uno puede morir tranquilo, tranquilo por saber que ese es el sitio donde dejar la herencia de su sangre para que pueda seguir corriendo por la eternidad, el paraíso era lo que buscaban Eva y Adán.

El destino no es lo importante, lo importante es el camino y pronto se dieron cuenta, el mar, la luna, aquel cielo del sur, y Eva y Adán, se abrazaron, se apretaron porque ellos también se dieron cuenta, el cielo había empezado a llorar, demasiada tristeza la que tenía que desahogar aquella noche aquel maldito cielo del sur. Aquel cielo estuvo antes de testigo en el paraíso, por eso no pudo aguantar más, fue tanta la desilusión de aquél cielo al ver el paraíso, fue tanta la decepción, fue tanta la pena que el no fue el que decidió llorar aquella noche, el ya no aguantaba más, fuimos los que vivimos en el paraíso los que le hemos hecho llorar, los que estamos entristeciendo la vida de ese cielo, los que le enseñamos un paraíso lleno de fuego del infierno, el cielo ahora grita de dolor y llora sobre Eva y Adán, y ellos se abrazan y se aman y lloran también, se les está escapando el paraíso, no lo van a alcanzar, alguien dentro de Eva llora también, ella o él no verá tampoco el paraíso, el mar no quiso hacerlo pero… El no era el culpable, tuvo que recoger aquellas lagrimas y guardarlas con él, y también guardó a Eva y Adán, y el mar estuvo llorando muchos días, el no tenía la culpa, ni tampoco aquel cielo de imagen de llanto. Se acabó el sueño, estaban ya allí, en el paraíso Eva y Adán, lo habían conseguido, podían ser felices para siempre, lo tenían todo: se amaban.

-(A todas las Evas y a todos los Adanes que están en el paraíso, por la dignidad que demostraron intentando alcanzar las costas del infierno que hemos creado)-

viernes, mayo 26, 2006

Anoche tuve un sueño... después cerré los ojos y decidí dormirme


Me lo había prometido a mi mismo, hace mucho tiempo ya, y no quería otra vez más excusarme conmigo mismo, no quería ser mi propio auto conspirador, no quería volver a obligarme a mentirme, a pensar que yo no era el culpable de mi desidia, a refutarme para mis adentros que si esta vez no lo había hecho volvía a ser por la misma maldita excusa de siempre: por falta de tiempo. Maldita variable. Maldita medida que restringe el disfrute de cada una de nuestras vidas, pero a nosotros nos viene genial para engañarnos y para decir siempre, buscando un consuelo que es efímero: "no lo hice porque no tenía tiempo".

Cada día siento que puedo resistir menos, que lo mio ya no es placer sino necesidad, que necesito cada uno de esos momentos que esa atormentante variable no me quiere conceder, cada segundo, cada minuto, cada instante siento la necesidad, no puedo vivir sin dejar de pensar en lo que necesito precisamente para seguir viviendo, para sentirme vivo, para hacerme ver que si bien esto de la vida no tiene sentido, a lo mejor vivirla es simplemente la maravillosa necedad de buscarle ese sentido. Pienso en cuál esa maravillosa necedad mía y le encuentro el sentido, por eso no me he querido engañar más, he querido empezar ya, poner mi cabeza al servicio de mi corazón, dejar que se unan de una vez por todas, no puedo resistir más tanta separación entre ambas, por eso estoy aquí, con mis palabras haciendo lo que necesito: escribir, no puedo negarlo más, si no escribo; no estoy vivo.

Escribir, para mí, no es solo un infinitivo, son todos, todo lo que puedo hacer es escribir, porque si escribo estoy vivo, me alimento de mis palabras porque son mis sentimientos, porque escribo aquello que me ha hecho vivir.

Pensaba que no dedicaría el tiempo necesario a empezar a dejar aquí mi vida, a recoger mis propios alimentos desde aquí, no creí que iba a empezar tan temprano a sentarme en esta mesa y empezar a cocinar las palabras de mi vida, pensé que hasta que no llegase la época de la Erasmus, no me iba a poder dedicar de lleno a esto, pero no ha podido ser, y me alegro enormemente, por dos razones. LLevo más o menos cuatro meses frustrado, enormemente frustrado con la Universidad, jamás he visto mayor desperdicio intelectual que al que estamos siendo sometidos mi generación. La universidad se ha convertido en una entelequia, no tiene sentido, quieren formar a profesionales cuando no han dedicado ni un sólo minuto a formar a personas, la universidad ya no es un lugar en el que vivir, se ha convertido en un sitio de paso, hay que entrar antes y salir lo más antes posible de allí, entremedias no importa lo que hayas aprendido, el título lo justifica todo, a todos los que habéis convertido en esto a la universidad, tener desde aquí la más asquerosa de mis consideraciones y vivir pendientes de mí, pues dedicaré mucha parte de mi vida y estoy seguro de querer hacerlo a luchar por la verdadera universidad, no creo que haya mejor valuarte que esta institución para lograr el progreso, la paz, y el crecimiento del ser humano. Gracias José Ortega y Gasset y Giner de los Ríos, sois, somos y me habéis enseñado a ver a la verdadera universidad pero gracias también a todos aquellos que desde la sencillez de sus capacidades y la humildad de sus personas me habeís enseñado también a hacer universidad, dos maestros son, dos palabras más de mi vida, gracias Miguél y gracias Profesor Amorós.

Anoche tuve.... un sueño....pensé que tenía que escribir este blog ya, no podía esperar más....decidí dormirme y me lo imaginé, ¡que miedo! había llegado la hora, antes de lo que esperaba iba a empezar a escribir, el sueño lo era todo, vi todo lo que sabía que me iba a obligar a escribir, vi mis palabras, me vi a mismo en un sitio muy especial, era una habitación, era una sonrisa, era una alegría, era un dame algo sin pedirte nada, era bondad, era maravilloso, así que decidí convertirme en cuadro, su sonrisa son mis ideas, no me quiero ir, no quiero salir de ese cuarto jamás, quiero ver ese paisaje de sonrisa por mucho tiempo, era precioso, y sí, me convertí en cuadro, y me quedé como un cuadro a su pared pegado, que nada tiene que hacer salvo seguir colgado.